sábado, 18 de junio de 2011

DIÁLOGO, IDENTIDAD Y NIHILISMO.

 

Diálogo, identidad y nihilismo

DIÁLOGO, IDENTIDAD Y NIHILISMO.

La ética discursiva ( también llamada ética comunicativa) se desarrolla a partir de los trabajos de dos filósofos alemanes: Apel y Habermas. Dicen que el objetivo propio de los lenguajes es la comunicación, como algo contrapuesto a los fines estratégicos, manipuladores. En el primer caso, las personas que dialogan se reconocen mutuamente como seres capaces de argumentación racional, como ciudadanos iguales en derechos.

A pesar de que esta ética no se ocupa de los contenidos morales sino de los procedimientos para llegar a acuerdos racionales, tiene atractivo. ¡Qué bonito dialogar, sin imposiciones y con respeto mutuo! ¡Qué feo y autoritario rechazar el diálogo!



Pero estos filósofos saben perfectamente que hay situaciones en las que no se produce un diálogo racional. Esto sucede cuando no hay una situación de simetría entre los hablantes. Es decir, cuando hay una situación de desigualdad que hace que la situación de diálogo sea injusta. Estos casos se alejan demasiado de la ‘situación ideal de diálogo’, en la que los hablantes se reconocen como iguales en dignidad y en derechos. ¿A qué viene todo esto?

Por mi parte, que estoy harto de la cantinela indiscriminada de ‘diálogo’. Cuando se habla de diálogo, indiscriminadamente, se están avalando (por ignorancia o maldad) situaciones profundamente injustas.


Una de ellas se produjo en un lugar que debería ser respetable, el Parlamento. En este caso, el Parlamento español. Pero fue un diálogo farsa. Un talante farsa. Un Parlamento de pega. ¿Por qué? Ibarretxe fue al Parlamento a dialogar. Pero quiso hacerlo en unas condiciones no permitidas por la legalidad vigente. El Plan Ibarretxe desborda cualquier marco legítimo de reforma estatutaria si atendemos a las competencias que pueden asumir las Comunidades Autónomas (artículo 148 de la C.E.) y las competencias exclusivas que detenta el Estado (artículo 149 de la C.E.).


¿Por qué ser tan rígidos? ¿Por qué no tener talante y saltarnos a la torera las leyes vigentes? Si alguien hace en serio esta pregunta es que le gustaría vivir (¿) en una sociedad sin reglas, o con reglas-florero. Las aparto cuando me interesa y las acato cuando me conviene. Ninguna sociedad civilizada puede vivir despreciando las leyes vigentes. 


Decía M.T. Cicerón: ‘Seamos esclavos de la ley para que podamos ser libres’, aunque aceptar las leyes (especialmente las democráticas) no exige que seamos esclavos. Pero creo que la idea de Cicerón queda suficientemente clara. Por tanto, si podemos prescindir de la legalidad vigente cuando nos place y sustituirla por el diálogo y buen rollito cuando un Presidente de Comunidad Autónoma viola la Constitución, ¿por qué una violada no debería ofrecer diálogo al violador? La violada mostraría buen talante si en vez de pedir sanciones (lo que es antiguo y casposo) dialogara con el violador.


El ‘violador’ de turno, Ibarretxe, llevaba en su mochila las ‘razones’de las pistolas. ¿Es que alguien cree que se le tomaría en serio si no hubiese, detrás, una banda terrorista? ¿Se puede hablar de diálogo racional cuando uno de los dialogantes maneja votos de organizaciones que no condenan los asesinatos? ¿Dialogaría usted con alguien que le pegara capones y patadas en la espinilla? Sólo si es un masoquista o se autoengaña por cobardía. 


Pero, si así fuera, no se trataría de un verdadero diálogo. Sería una farsa de diálogo. Por cierto, no creo que ningún país europeo aceptase este diálogo-farsa en su Parlamento. ¿Será porque no tienen talante?


Y ahora viene la identidad. La cuestión de la identidad personal es compleja y ha dado lugar a diversos planteamientos. Sumariamente, me remitiré a la destacada aportación del fundador de la psicología social, George H. Mead, que rebatió las visiones solipsistas del ‘yo’, y lo hizo a partir de una comprensión social.


Es decir, la conciencia no se hace a sí misma por medio de un discurso interior sino que se construye a partir de la interacción con otros discursos. Por tanto, somos capaces de construir un ‘yo’ privado, a partir de una experiencia pública que podríamos llamar ‘interaccionismo simbólico’. Pero aquí me interesa más la llamada ‘identidad nacional’.


Para empezar, no está de más recordar que el nacionalismo no tiene pensadores que puedan compararse, ni de lejos, al pensamiento liberal. Por ejemplo, a Locke, Kant, J.S. Mill o Tocqueville. Dentro de la tradición comunitarista la nación se presenta como un mundo capaz de proporcionar valores, según los cuales puedo vivir. 


En este sentido, es la comunidad a la que pertenezco la que me proporciona la identidad. Somos lo que somos a través de nuestra identidad nacional. Pero el problema no es si estoy influido por ‘lo social’ sino, si ‘lo social’ me determina, lo que es muy diferente. Una cosa es que seamos seres sociales y otra, muy diferente, que seamos ovejas del rebaño. Las ovejas no tienen identidad personal, salvo para el pastor.


Uno de los graves problemas que esto puede plantear es la oposición entre los valores asociados a una comunidad concreta y los valores asociados a la tradición liberal. Me refiero a los derechos individuales que tienen pretensión de universalidad. Claro que, de la misma manera que Ibarretxe miente cuando presenta su proyecto como un proyecto democrático y dialogante, los nacionalistas pueden afirmar que ellos, también, defienden los derechos individuales. Lo dicen, pero no lo cumplen.


Que se lo pregunten a los familiares de las víctimas en el País Vasco, a los que llevan escolta y a los que no se atreven a hablar de política por miedo. Si son de los ‘otros’, claro. ¿Serán derechos humanos sólo para los míos?


¿Por qué, realmente, los nacionalistas tienen problemas con los derechos universales? Porque los derechos universales no discriminan. Se aplican tanto a los ‘nativos de pata negra’ como a los charnegos, forasteros y otra gente de mal vivir. Y es que ‘el origen’ es discriminatorio y sirve para poner a cada uno en su sitio. Los nativos primero, luego, en un escalón inferior, los ‘otros’. El origen de los ‘nativos’ es un signo diferenciador, pero de diferenciada superioridad. No sólo somos diferentes sino, además, superiores. 


Por ejemplo, el desprecio que sufren (hablaré del País Vasco pero, desgraciadamente, no es el único lugar) los que no tienen el privilegio de ser de ‘pata negra, sector RH’. Recuerdo que en mi niñez algunos niños, en el colegio, insultaban a otros llamándoles ‘chueta’. Los insultadores se sentían orgullosos de su origen, probablemente influidos por sus padres y otros. Se sentían superiores por no estar ‘contaminados’.


Finalmente, el nihilismo. Como todos los conceptos importantes tiene diferentes versiones. Me centraré en algunos aspectos de Nietzsche que nos tocan de cerca. Cuando el mundo se presenta a nosotros como vaciado de valores, entramos en la sensación de desengaño de la Totalidad. 


Hemos entrado en el nihilismo psicológico, que se manifiesta, al menos básicamente, en los siguientes aspectos: sentimiento del absurdo, pérdida de fe en una totalidad de sentido, y conciencia de que este mundo es sólo una especie de ‘espejismo’. Si esto es correcto y se puede aplicar a buena parte de la sociedad actual, nos encontramos en una situación muy difícil. ¡Ojalá me equivoque!


¿Por qué? Porque se devalúan todos los principios superiores (de carácter ético o político) que podrían dar sentido a la vida. En esta situación aparece un sentimiento de absurdo, de egoísmo y de indiferencia. Una sociedad desmovilizada, desmotivada, es incapaz de luchar por algo que no sea la propia e inmediata satisfacción. 


Además, al no haber valores superiores la posición ante los problemas es: ¿Qué más da? ¿Por qué no? Todo es relativo excepto la propia relatividad. Aceptemos con talante y buen rollito lo que sea, pero que no suponga esfuerzo. Estoy cansado, no quiero problemas y nada vale la pena, excepto yo. Remedando a los nuevos filósofos franceses podríamos decir: Dios ha muerto, Marx ha muerto, y yo no me encuentro nada bien.


PD. Las democracias europeas, para calmar a Hitler y evitar que un conflicto local se convirtiera en un conflicto general, hicieron concesiones al Fuhrer. Pero las concesiones no amansaron a la fiera. La Wehrmacht invadió Bohemia y Moravia el 15 de Marzo de 1939, preludio de la 2ª guerra mundial, el 1 de Septiembre del mismo año.

Sebastián Urbina. Febrero 2005.

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