LA UTOPÍA LAICA.
La utopía es una especie de sueño organizado, en el que se muestra una sociedad ideal, por contraste con la realidad que nos ha tocado vivir.
El punto de partida de las utopías se suele situar en La República de Platón. Es decir, un Estado perfecto, un Estado justo. La intención de los utópicos siempre es buena, aunque los resultados no suelan acompañar a las buenas intenciones. Pero no se limitan a Platón. Recordemos a San Agustín (La Ciudad de Dios), Tomás Moro (Utopía), T. Campanella (La Ciudad del Sol) o Francis Bacon (La Nueva Atlántida), entre otros.
Es cierto que la ensoñación de un mundo mejor (que tiene su correspondiente actual en la máxima progre, ‘otro mundo es posible’) es una característica humana. En este sentido, nada malo habría en dibujar utopías en las que, supuestamente, seríamos auténticamente felices. El problema aparece cuando, una y otra vez, la utopía en cuestión se materializa gracias al empeño de un grupo organizado, más o menos numeroso, y obtiene resultados que poco tienen que ver con lo prometido. Es decir, en vez de felicidad a raudales, la utopía chapotea en mares de sangre y sufrimiento.
Hay utopías que están más focalizadas en la dimensión práctica. Con una fuerte pretensión de realización efectiva. Este fue el caso del socialismo utópico (S. XVII-XVIII). Sin olvidar las utopías de la Revolución inglesa del S. XVII (Harrington y Wistanley), también con una intensa dimensión práctica.
Uno de los objetivos del mencionado socialismo utópico fue la creación de comunidades igualitarias. Recordemos los falansterios de Fourier. Se trataba de comunidades rurales supuestamente autosuficientes. Hay, también, utopías modernas (Arhhelm Neussüs) que pretenden ser diferentes a las demás utopías pero, a pesar de las diferencias y los matices, todas tienen un fondo común: la crítica y el rechazo de la realidad social existente y una propuesta radical alternativa.
¿Qué diferencia hay, si la hay, entre utopía y religión? Aunque la definición de religión no es pacífica y hay opiniones diversas, podemos decir que la religión es un sistema de creencias y de prácticas vinculadas al destino trascendente de los seres humanos. Por tanto, una diferencia fundamental sería el carácter inmanente de la utopía y el carácter trascendente de la religión.
Dicho esto, veamos como, a pesar del proceso secularizador que se produce en Europa, especialmente a partir del siglo XVII (con la revolución científico-técnica) los seres humanos no han abandonado el sentido de la trascendencia. Porque no es nada fácil seguir los consejos de Epicuro: ‘La muerte en nada nos pertenece pues mientras nosotros vivimos no ha llegado y cuando llegó ya no vivimos’. Podemos aceptarlo racionalmente, pero las emociones y las pasiones que nos afligen en ciertos momentos críticos, no se disipan con facilidad.
Dice G. Steiner: ‘Las mitologías fundamentales elaboradas en Occidente desde comienzos del siglo XIX no sólo son intentos de llenar el vacío dejado por la decadencia de la teología cristiana y el dogma cristiano. Son una especia de teología sustitutiva’.
Aunque Steiner se refiere, no solamente al marxismo, sino, también, al psicoanálisis (Freud) y a la antropología estructural (Levy Strauss), creo que es preferible centrarse en la utopía laica por excelencia, la ideología de izquierdas. ¿Por qué? Porque es la más influyente en la práctica de millones de ciudadanos, de millones de votantes. Por no hablar de los partidos de izquierdas, los medios de difusión de izquierdas y la enseñanza de izquierdas. Pues bien, ¿Cómo es posible que, a pesar de los continuados fracasos de la ideología de izquierdas, millones de personas les sigan votando?
Pongamos un ejemplo. Dice Guy Sorman: ‘... puede considerase que entre los economistas existe consenso acerca de la eficacia superior de la economía de mercado, indudablemente sin alternativa’.
¿Sirve para algo este consenso entre los economistas para que la gente acepte la economía de mercado? Es muy dudoso. Y la explicación tiene que ver con la importancia de las ‘teologías sustitutivas’ del cristianismo, como las mencionadas. Hace pocos días estaba viendo un debate televisivo. No eran personas de a pié sino gente de un cierto nivel, que escribe artículos de opinión en los periódicos más importantes de España. Una de estas personas se quejó de que, ‘el mercado está mandando sobre la política’.
Lo que esta persona, de izquierdas, estaba diciendo es que el malvado capitalismo no puede (no debe) imponerse a las políticas sociales y solidarias de Zapatero, o de los gobernantes socialistas en general. Se supone que los gobernantes de derechas harán políticas congruentes con la economía de mercado. Lo que es mucho decir. Pero, en cualquier caso, ¿ha entendido, esta persona de izquierdas, como funciona el mundo? ¿Se ha enterado de cómo funcionaría la sociedad si el mercado se sometiese, totalmente, a la voluntad de los políticos de turno? Diría que no. Pero, al menos en principio, se trata de gente culta e inteligente. ¿Cómo es esto posible?
Creo que la respuesta está en la interiorización de una visión global, de una ideología totalizadora, la ideología de izquierdas. Una ideología que, supuestamente, tiene respuesta para todo. Cuando se acepta esta ideología, los hechos adversos suelen tener poca o nula importancia y todo debe someterse a los objetivos, moralmente superiores, de la utopía en cuestión. De ahí la tendencia de los izquierdistas confesos a vivir en las nubes (por no aceptar la realidad adversa) y en la mentira (porque el fin emancipador justifica los medios). Por eso no deberían sorprender las palabras del ilustre doctor Gregorio Marañón, uno de los padres de la II República: ‘La constante mentira es lo más irritante de los rojos’.
En resumen, el intento de materializar el cielo en la tierra, ha devenido, una y otra vez, en grandes sufrimientos y fracasos. Unos cien millones de muertos. Así nos lo muestra ‘El libro negro del comunismo’. Pero la ortodoxia ‘buenista’, supuestamente solidaria y emancipadora, puede más que los hechos, más que la realidad Al menos para muchas personas, que rechazan la fealdad de un mundo imperfecto, aunque sea real. Y se aferran ciegamente a la ‘nostalgia de Absoluto’. O sea, un falso mundo perfecto. Aquí mismo. Y de izquierdas.
Sebastián Urbina.
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